La disciplina del deseo
LA DISCIPLINA DEL DESEO (Versión completa de lo publicado en el suplemento de cultura del Diario La Capital del 25 de Mayo de 2016) con corrección de Alfredo Pérez.
El tiempo dirá, cuando nos haga historia, qué queríamos que vieran aquellos/as que se encontraban con nuestras fotos en los años en las que fueron hechas.
Con diversos aciertos y errores, herramientas, posibilidades e inclusive con más o menos capacidad para disfrutar la expresión, año tras año, dando forma a un catálogo de certificados de deseo, los habitantes de cada región, pueblo o ciudad conforman, queriéndolo o no, un panorama de lo pretendido en cada época.
Fotografiamos aquello que queremos destacar, resguardar, distinguir y/o preservar para los demás; intuyendo quizá, que son sólo cosas para nosotros, pero haciendo en el acto de la toma, el proceso, la publicación, la impresión, la exhibición, una proyección de nuestra mirada e intereses. Hay en nuestras fotos, un misterioso significado que no está en los objetos la causa profunda de su existencia, el deseo de hacerla es la fuente necesaria de la mera acción de ir a fotografiar. En el yo hago esta foto, o estoy en tal lugar, un me animo a esto, mi mirada te muestra esto; el uso de tal o cual equipo de toma, manipulación de archivos o copiado. Hablamos de nosotros antes que del objeto real; somos a través de él a veces sin saberlo. Alcanza con preguntarse qué pasa ahí y por qué alguien lo rescataría para las miradas venideras, para tener un ensayo de respuesta. El por qué de los lugares y sus riesgos o méritos, lo exótico del hallazgo, el espacio o el momento, son la condición del certificado de presencia y de actitud ante el hecho.
Estos rumbos aparentemente individuales signan cada época y son determinados por ellas en sus aspectos sociales, políticos y económicos. La avanzada de fines del siglo diecinueve marcaba el manejo de la novedad. Las vistas de principios de siglo veinte, la pose erguida de los tardíos descubridores de la novedad, los retratos simil clásicos, el pictorialismo en versiones originales y criollas se sumaron a las corrientes fotoclubistas, a los documentalistas, a los turistas, los conceptuales, los posmo, ultra, neo, plus o a los que seguirán viniendo y yéndose antes o después, como vagones para fumadores, escoberos o lecheros. Así los cambios tecnológicos de las últimas décadas son una nueva avanzada masiva de códigos, instrumentos, soportes digitales, teléfonos, monitores, redes sociales y tópicos virales que marcan un nuevo estándar de existencia visual magnífica, popular, inmensa, democrática y compulsiva que entre efímera, corregida, banal y momentánea se aleja de las paredes, del papel y reniega del libro como sustrato para su supervivencia.
La imagen fotográfica fugaz es también como la intención de sus autores, a sabiendas de sus condiciones de efímeros. En toda selfi habita un ser humano pidiendo perdurar. En estas ansias de ser y mostrarse fotografiando vemos a los aficionados, profesionales y cultores/as de esta disciplina en cada uno de los períodos históricos que esta región atravesó. Con la misma ingenuidad de quienes se esconden en las cosas sin querer saber que eso los muestra íntegramente. Como a los profesionales que retratan acordes al signo de los tiempos, subordinándose a lo que el mercado dicta o imponiendo su estilo en ese magma de pretensiones y vanidades. Tras cada fotógrafo comercial que obtura, hay alguien que paga por eso. Coherente en deseos, formas y contenidos implícitos o soportando el peso del despegue en la acción y el hecho de la toma.
Desde la década de 1990 los vertiginosos cambios del código visual construyeron un devenir de autores en fotografía con idea de decorar habitaciones a otros que suponían que los atributos conceptuales podrían librarlos de la pesada carga del conocimiento que sostiene a la obra. Cambiar de la obra cosa a la obra provocadora de arte, en el análisis, en la percepción, en su código y en su esencia de mercancía. Las grandes exposiciones en paredes fueron dando paso a pocas fotos en gran tamaño en alguna pared u otra. El vértigo de los cambios dejó a los consagrados en la extraña situación de comprobar que la gloria alcanzada, no era gloria y no alcanzaba. Las disciplinas de las arte visuales ya se estaban cruzando, borrando sus límites. El arte siempre avanza, su condición de cambiante lo justifica.
Mientras hordas de conflictuados con el dibujo y la pintura encontraron en la Fotografía un medio los incipientes colectivos de fotógrafos/as comenzaban a tener formas cada vez más sólidas a la vez que descubrían los beneficios de la obra en acción.
Aniquilada la posibilidad de instalar una súper estrella de la Fotografía o de las artes visuales en un no mercado del arte, pues la inversión no justificaría el riesgo, ni aportaría beneficio, la relación costo/costo es solamente un posible negocio para quienes gozan al comprar obra y pueden deducir dinero de impuestos, pero nunca es un camino próspero para el autor. Así los grupos de autores en Fotografía comienzan a modificar sus espacios de circulación hacia la web, las redes y las proyecciones, esporádicamente algún libro rompe la quietud de las aguas hasta que las mínimas olas se invisibilizan. Las únicas formas perdurables de obra fotográfica son las de obra en acción. Las fotos que interactúan, que evitan el mero trance de la contemplación, que se decía necesario para las obras del siglo pasado. La obra es lo que nos pasa.
Vivimos un tiempo de cambios que sólo son entendibles cuando sus efectos son vistos. En esta forma de vida, la fotografía es la disciplina de esta era, porque su dinámica le es propia, porque su código y su causa son la llave de su éxito, a la vez que aún no son del dominio común. En una era de tanto aparato fotográfico, en un estado de casi pleno analfabetismo visual, se dirime el futuro de la disciplina más popular de la época. La Fotografía vuelve a estar en el centro del territorio de los objetos de y para el conocimiento de este nuevo siglo. La responsabilidad de los fotógrafos será divulgarla, porque sólo así podremos erigir la base que nos permita construir caminos para ser libres o diluirnos, en el tembladeral de la comunicación contemporánea.